Articulo externo
Sobre los filósofos más destacados de la
antigüedad, nos cuenta Joan López numerosas historias, a menudo contempladas
por los expertos como meras exageraciones, leyendas sin base histórica o
simples patrañas.
Sin embargo,
muchas de estas fábulas, sin poseer las cualidades literarias de las obras
clásicas, las complejas y profundas
reflexiones de un tratado filosófico o la épica de las grandes epopeyas,
contienen concentrada en pequeñas dosis la esencia de toda la sabiduría de la
época.
Uno de los
filósofos más ricos en esta clase de atribuciones es Diógenes de Sínope. Este
filósofo, discípulo de Antístenes en Atenas, ciudad a la que le llevaron sus
andanzas después de vagar por Esparta y Corinto tras su destierro, vivía en un
túnel y en la más completa austeridad.
Una de sus
anécdotas más célebres quizás sea aquella en la que se le acerca el mismísimo
Alejandro Magno y le pregunta: « ¿Puedo hacer algo por ti?», a lo que Diógenes
le responde: «¡Apártate, me estás tapando el sol!». Creo que no hay mejor
ejemplo para ilustrar aquel refrán que dice: “No es más rico el que más tiene,
sino el que menos necesita”.
No obstante, el
mito que más me ha dado en qué pensar es aquél según el cual, Diógenes apareció
en cierta ocasión en una plaza de Atenas, a plena luz del día, portando una
lámpara de aceite mientras decía: «Busco a un hombre honesto.»
Recuerdo que el
profesor que nos lo explicó argumentaba que la moraleja de esta parábola
radica en lo difícil que resulta encontrar
a un hombre honesto en el mundo. Sin embargo, de ser esto cierto, me
preguntaba: ¿Por qué Diógenes necesitaba un candil?
Actualmente, para
buscar objetos o personas disponemos de
prismáticos, radares, dispositivos con tecnología GPS… En cambio, una lámpara
de aceite es un instrumento que, si lo analizamos bien, su función es
simplemente la de iluminar, alumbrar aquello que tenemos cerca para poder verlo mejor. No resulta muy práctica
para divisar cualquier objeto que no se encuentre a menos de unos escasos metros de distancia.
Esto me induce a
pensar que lo que Diógenes buscaba se trataba de algo tan cercano a él que con la lumbre de
una simple lámpara de la época bastaba para encontrarlo. Estoy convencido de
que si Diógenes viviera en nuestra época se limitaría a sustituir el candil por
una linterna o similar.
Que algo sea
difícil de ver no significa que sea
escaso, es que quizás necesite una luz exterior que lo haga visible, por lo que podríamos tenerlo enfrente sin
percatarnos de su presencia. Sólo hay que darle un poco de lumbre y emergerá de
las sombras.
Me ha costado
tiempo comprender que las personas realmente honestas jamás nos deslumbrarán en
un primer momento, puesto que éstas no brillan externamente con luz propia. Su
cálida luz brilla intensamente hacia su interior y hay que estar muy pendientes
para poder captarla. Externamente tan sólo podemos notar el efecto de sus beneficiosos actos, de
procedencia desconocida. Son personas que a menudo resultan eclipsadas por la
fría y cegadora luz que desprenden los que brillan hacia afuera. No deja de ser
curiosa la paradoja de que si miramos hacia el cielo, podemos ver la luz de
miles de estrellas, mientras que los objetos más pesados y poderosos del
universo, los agujeros negros, son precisamente los más ocultos.
Si únicamente nos
fijamos en el esnobismo y la hipocresía que abunda en el mundo podemos
comprobar cómo hay quienes consiguen deslumbrar al personal exhibiendo pomposas
muestras de altruismo, caridad,
compromiso y entrega.
No quiero decir
que las causas que defienden no sean correctas ni que su lucha sea innecesaria,
pero las causas más nobles pueden verse corrompidas por los oscuros intereses
personales de ciertos individuos, más movidos por sentimientos narcisistas que
filantrópicos, y lo peor es que en muchas ocasiones ni ellos mismos lo saben.
Detrás de esa imagen, con honrosas excepciones, en realidad puede haber más
bien un estilo de vida aventurero y pasajero, una forma interesante de pasar el
tiempo.
Afortunadamente y
de forma accidental, como no podía ser de otra forma, he sido testigo de
personas que, a través del anonimato y en ocasiones siendo otros quienes se
llevan el prestigio, utilizan el poco tiempo y dinero del que disponen para
realizar actos tanto o más sacrificados que los que se llevan la fama, ya sea
por una buena causa, al servicio de un ideal o simplemente mejorando como mejor
saben y pueden el mundo que les rodea.
Para ayudar a los
demás no es menester viajar a países exóticos donde gentes curiosas y
necesitadas siempre estarán dispuestas a posar con nosotros ante nuestras
cámaras, dando así testimonio de nuestra buena voluntad – Hay quienes incluso llegan a colgar y
difundir estas imágenes en las redes sociales –
Los otros, los anónimos, tal vez
no sean tan fáciles de ver, pero vale la pena buscarlos. Suelen ser aquellos
que, una vez se han apagado los focos de
las cámaras, se han extinguido los aplausos y el público ha abandonado la sala,
continúan su callada labor. Como son desconocidos, tal vez nunca los lleguemos
a identificar. O tal vez sí.
Quizás sólo sea cosa de no dejarnos deslumbrar
por luces cegadoras y girar la vista
hacia la tenue luz de la penumbra,
ir en busca de una vela o un
candil, y mirar bien a nuestro alrededor. No se necesita nada más.