
Ese es el dilema de Danilo Medina ahora, que sabe que debe pactar para dar la impresión de un “gobierno de unidad nacional” pero no quiere caer en la trampa de repartir medio gobierno, conocedor de la capacidad estomacal de su propio partido.
¿Pactar con los reformistas y con el PRD y los chiquitos? En teoría imposible, y en la práctica solo posible si todos aceptan migajas, como se ha comenzado a apreciar con los nombramientos de perredeístas en los últimos días.
Por el contrario, una alianza con partidos seleccionados le daría la posibilidad de dar más a los escogidos sin afectar la parte del pastel a que tiene “derecho” la insaciable “nomenclatura” morada.
Bajo esas premisas es que debe darse la alianza del PLD con los demás partidos.
Danilo, que tiene la última palabra en este asunto, no va a coger corte con bolas de que fulano está en conversaciones con mengano. Sus números de hoy le permiten seleccionar desde una posición de amplia ventaja. Como van las cosas, poco se va a alterar en el Congreso y en los cabildos. Por tanto, la única mano que queda por besar es la suya y eso lo saben todos.