domingo, 31 de octubre de 2010

Manuel Rodríguez Bonilla: El Barrabas de Mao

Dedicado a mi amigo Manuel Rodrigues Bonilla en nombre de la libertad por la que he luchado y luchare toda mi vida, porque de que vale pasar toda una vida tratando de ser honrado, si a la primera ocasión se te crucifica sin duda alguna. Cesar Gutiérrez. jgcesargutierrez1@hotmail.com

Arturo Uslar Pietri abogado, periodista, escritor, productor de televisión y político venezolano. Es considerado como uno de los intelectuales más importantes del siglo XX en su país, en su obra Titulada Barrabas, describe con gran claridad las circunstancias en que este personaje de las calles de Venezuela, pago una culpa de un delito no cometido.

A propósito de los juicios de valor que acostumbran hacer sectores de la prensa local, sobre casos de crímenes cometidos en nuestra provincia donde sin ningún comedimento se acusa y se presiona a la justicia y se escoge un culpable sin tomar en cuenta el derecho a la duda y se condiciona la opinión para que cualquier medida que no les favorezca, parezca que se vulneraron derechos.

Recientemente hay un precedente donde un sargento en Santo Domingo fue condenado a priori por la opinión pública y hasta por la comisión que investigo el caso y luego se descubre que en todo momento el sargento tenía razón y lo confesaron los mismos criminales.

Si como ocurrió en Venezuela hoy con los avances de la ciencia y donde los muertos hablan a la patología, donde pondrán la cara, o donde meterán la lengua los que como una cosa que en Mao llaman de los derechos humanos y ciertos “expertos en fabular de aquí”. han hecho sus juicios sin medir consecuencias.

Cabe preguntarse ¿Por qué estos expertos no han averiguado quien mato al sargento Martines en el buey, o a Rey en el canal ican-trobas o en fin quien ha matado tanta gente humilde que no hay nadie preso?.

A otra pregunta los que reclaman justicia lo hacen a favor de los difuntos o en contra de sus acusados favoritos, total cuando los muertos son hijos de machepa pasan sin pena ni gloria es decir que en el caso de Yasmín se podría decir que no se actúa a su favor sino en contra del que ayudo a forjar ese sitial social.

Fragmento del relato de Barrabas.

Era el mediodía. Un viento perezoso se derramaba sobre el patio y desbordaba entre las rejas del calabozo. El aire estaba aplastado de un olor indefinible y molesto. Había allí gran cantidad de gentes hacinadas, ladrones, prostitutas, vagos, uno que otro perro de lanas lagañoso, y un soldado con armas que hacía la guardia caminando de un extremo a otro con rapidez, tal como si se propusiese dejar plegada una distancia muy larga. En una vuelta lo enfocó con los ojos; entre las barbas le resaltaba la piel pálida como el agua sobre las piedras. A la mirada siguió la interrogación.

Entonces ¿qué? Piensas acaso hacerte el inocente. Es inútil. Jahel lo ha dicho todo. Venías en la gran nube de gritos de los del motín y cuando los soldados los sorprendieron en la calle, tú, para salvarte, te entraste en la casa de ella por la ventana. Lo demás lo sabes mejor que yo.
Barrabás permaneció callado. Al cabo de un instante, como bajo el imperio de una idea súbita, dijo:

-Oye... Todo eso es mentira ¿sabes? No es necesario. Ya sucedió. Bueno. Pero te lo voy a contar para... ¿Tienes hijos? Bueno. Pues para eso. Para que un día se lo cuentes a ellos cuando no recuerdes nada mejor. No conozco a Jahel, ni conocí a su hijo, ni sé la cara que les modeló Jehová y esto es cierto como una vida.

Una noche, había tanta luna que parecía un día convaleciente, venía yo por las calles, caminando, como hacen los hombres cuando no tienen que hacer. ¡También los comerciantes! Cuando de pronto, siento desembocar en una esquina una turba de hombres con armas y gritos corriendo a todo correr. Venían sobre mí como un manicomio suelto. ¿Nunca te ha pasado eso, guardia?
-No mientas, era el motín y tú venías con él.

-No miento. Venían sobre mí. Además lo que uno cree, es como si efectivamente fuese, o quizá más. Te digo, pues, que venían sobre mí y yo me eché a huir. Corrían como cosas, no como hombres ¿sabes? No se fijaban en mí, ni gritaban mi nombre; entonces comprendí que si me alcanzaban habría de perecer bajo la lluvia de sus pies. Había una ventana abierta y me tiré por ella como una piedra.

Di vuelta sobre un lecho y caí en un rincón. El que dormía se despertó dando voces de alarma.
Tú sabes, el que viene hace rato en la oscuridad ve; el que despierta no ve. Yo veía cómo desde otra cama se alzaba también una sombra y cómo las dos se enlazaron y lucharon furiosamente. Desde mi rincón yo comprendía que me buscaban a mí. Cayeron al suelo: una arriba, una debajo. Y la de abajo dio un solo grito se quedó callada. Desde mi rincón yo comprendía que la de abajo había ocupado mi lugar. Al grito vinieron las gentes y las luces y me encontraron a mí delante de una mujer desgreñada y temblorosa y en medio de los dos un hombre con un cuchillo de través en el pecho.

Y la mujer comenzó a dar alaridos y a decir: «! Mi hijo. Mi hijo mío! ¡Me lo mataron!»; mientras se restregaba sobre él besándole y manchándose de sangre.

Entre sus voces me veía con odio y exclamaba: "!El asesino. Ahí está. Llévenselo. Me lo ha matado! ¡¡El asesino!!», y todos me veían con los ojos vidriados de odio, pero, yo no comprendía.
Aquello era demasiado extraordinario y violento; empecé a sentir lástima por aquella mujer que había matado "su carne", y pensaba en la inutilidad de aquellos gritos, porque la muerte es un viaje y al que se va no hay modo de detenerlo porque "se va quedándose".

Cuando vine a saber de mí ya regresar de aquella gran sorpresa, me llevaban por la calle atado entre el odio de las gentes. Desde entonces estoy en la cárcel.
Barrabás calló, viéndose las uñas con su gesto habitual. El carcelero cortó el silencio.
-¿Por qué no dijiste eso a los jueces?.
-No me lo preguntaron.

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